Neurociencia del nacionalismo y el independentismo catalán (y los demás)
Por Santiago Barrero
Ayer escuchaba decir a un tertuliano en un debate en TV, a propósito del órdago independentista del gobierno de Cataluña –que no de Cataluña ni de la mayoría de los catalanes–, que no entendía el nacionalismo, no se hacía a la idea de cómo una persona podía abrazar tan recesiva ideología. Esa misma duda la llevo oyendo desde que tenía menos de catorce años.
Me explicaré, porque mi posición para entender la cuestión nacionalista es un tanto privilegiada, en parte porque soy vasco de nacimiento –maketo a muchíiiisima honra pues la mezcla de ADN mejora la especie, lo que ha dado como resultado una hija preciosa y mucho más inteligente que yo– y habitante de San Sebastián hasta los 19 años, edad en la que, como consecuencia de la presión para aprender vasco que se cernía ya sobre los estudios universitarios y a la que me negué a plegarme, decidí irme a estudiar al odiado Madrid –donde todos eran unos chulos, como en Bilbao–, hace ya treinta años.
Atrás quedaron los tiempos terminales del franquismo en los que asistía enfervorecido a los mítines de la izquierda y la izquierda nacionalista, recibía dinero de agitadores políticos para liarla lo más parda posible frente al restaurante Arzak, donde montábamos barricadas llameantes y apedreábamos a los grises, chapa de ikurriña en la solapa. En aquella época de mi vida, hasta la aborrescencia, compartí durante muchos años colegio, pupitre, meriendas, juegos y amistad con algunos de los terroristas más sanguinarios, como Eusebio Arzallus, Antonio Troitiño, y también con los encantadores hermanos del demente José Luis Urrusolo Sistiaga, entre otros. Por lo tanto, como podrán colegir a estas alturas, no necesito que nadie me cuente nada, porque lo sé de primera mano; lo he vivido, aunque afortunadamente me salvé del delirio que sin embargo arrastró a familiares cercanos, tan maketos como yo. Y como el gallego Troitiño.
Y no es que tenga la fe del converso –que también–, sino que, como verán a continuación, yo sí entiendo, y perfectamente además, qué pasa por la cabeza de un nacionalista; entiendo con una claridad diamantina qué ocurre en sus cerebros, el porqué, cómo y para qué.
Como diría Baltasar Gracián, vivimos básicamente de información, y esa información que los políticos nacionalistas se cuidan exquisitamente de utilizar para manipular mentesblandas para sus propósitos, se inocula cuidadosamente desde prácticamente el nacimiento. El ridículo y recesivo folclore musical vasco o catalán sesga el pensamiento de los pobres incautos como el flautista de Hamelín a los ratones y… ¡exacto! también a los niños.
Esto sucede porque el cerebro busca lo placentero (y si no lo busca, se recurre al clásico condicionamiento pauloviano, día a día, para generar adicción), y lo placentero tiñe de positivo la realidad percibida, en ese momento y a continuación, como cuando estamos enamorados –en realidad nada relacionado con el amor, sino presas de opiáceos endógenos–, lo que apaga o atenúa literalmente las áreas cerebrales de la crítica social, y más en los indefensos niños que quedan inermes ante la agresión, porque la realidad no se percibe como una amenaza para la supervivencia sino todo lo contrario, a través de esos cristales sonoros de color rosa. ¿O se habían creído que el rollo de la sardana y las trikitrixas eran algo inocuo? No, ese espectáculo que vive, como el cine español, exclusivamente de las subvenciones, porque no gusta a nadie, es una estrategia de reforzamiento de la pertenencia al grupo. Pura psicología goebbelesiana. Existen decenas, centenares, seguramente miles de estudios neurocientíficos que demuestran sin lugar a dudas que la información previa sesga el procesamiento cognitivo sin que uno pueda evitarlo en la mayoría de las ocasiones, tanto hacia lo positivo como en este caso, como a lo negativo en el siguiente.
Más tarde, cuando uno ya empieza a tener pelusilla sobre el labio de arriba, las fiestas populares, con sus grupitos musicales afines a los que dosifican el condicionamiento, se encargan de manipular la hirviente testosterona de los aborrescentes, que compiten para ver quién salta más alto y con el puño más prieto con los estribillos: un bote, dos botes, español el que no bote, el Gora Euskadi Sozialista, Independiente eta Batúa, y mamarrachadas de borderline semejantes –organizados por mentes tan perversas como inteligentes–, en una suerte de rito iniciático tribal sin plumas ni taparrabos pero con una estética común, que tiene como objetivo, ni más ni menos, que suscitar émulos del Capitán Trueno o el héroe de turno, para captar la atención de las sobrehormonizadas hembritas con fines procreativos, mediante la exhibición de una anatomía sobresaliente y consecuentemente una capacidad y determinación de defender a muerte a su prole. El que no salta y grita como un energúmeno no se come un rosco, o se lo come con la más fea, obviamente, por lo tanto no mejora la especie si es que logra reproducirse. Música + soflamas políticas + posibilidad de copular = adhesión a las consignas y grupos. Porque los músicos se convierten en creíbles por el mero hecho de que su música sesga la percepción hacia lo positivo, anulándose la todavía precaria capacidad de crítica social…
Ya tenemos dos porqués y cómos para entender el método de forja de la mente extraviada de un nacionalista, de qué forma consiguen generar una férrea pertenencia al grupo: se utiliza la música asociada a las más básicas pulsiones humanas para inocular los mensajes y así generar el apego hacia lo propio –y para esto son útiles también los no vascos o no catalanes, los maketos y charnegos, porque se esfuerzan más aún, estilo mafias hispanas con los candidatos, porque su apellido no lleva ninguna k, tz o ç– y sobre todo el odio hacia el otro, que es lo fundamental, el enemigo del que hay que defenderse o incluso al que hay que atacar preventivamente. Por supuesto, los diecisiete canales autonómicos públicos de radio y televisión soplan sus hediondos vientos en la misma dirección: odiar España y al español por encima de todo.
Pero aún faltan algunos ingredientes fundamentales en la preparación de la incomible delicatessen nacionalista. Y no me refiero a Ferrán Adriá deconstruyendo –curiosamente– la tortilla española por todo el mundo, a las embajadas, los ríos de dinero invertidos en traducir hasta el software más desconocido al dialecto del provenzal que se habla en Cataluña, ni tampoco al principal embajador del independentismo catalán: el Barça, que bien a propósito de su lema es más que un club de fútbol –aunque a Messi parece como que se la chufla el asunto, porque se lo puede permitir, miren su pose en la foto– sospechosamente ganador de calle de todo lo ganable, en España y hasta en Europa. Si hubiesen estudiado psicología deportiva o tuviesen un poco de picardía entenderían de lo que hablo, pero no me voy a meter en cenagales futbolísticos.
La clave del éxito de la estrategia nacionalista: la adaptación
Con todo lo anterior formando parte de la lista de ingredientes de la xenófoba receta, el elemento clave, el más demoledor que utiliza el nacionalismo para sus propósitos –no por nada Goebbels era un nacionalista, y socialista, claro– es la insaciable capacidad de adaptación del cerebro humano. Me explicaré más ampliamente.
La característica fundamental y diferencial del cerebro humano con respecto al resto del reino animal y de los mamíferos superiores en particular es que posee una formidable capacidad de adaptarse a todo lo que vive durante un tiempo prolongado, y a partir de entonces lo logrado ya no le satisface, se acostumbra a todo, lo que le impulsa a buscar nuevos objetivos (Adán y Eva expulsados del paraíso).
Igual que Cristiano Ronaldo estaba triste a pesar de ganar un porrón de millones –porque se ha acostumbrado a ser inmensamente rico, aunque tiene otras necesidades como todo hijo de vecino–, las personas normales, y cuanto más por debajo más pero no necesariamente, están hastiadas de sus vidas, de la insoportable monotonía de sus existencias. Pero como no pueden progresar porque no todo el mundo puede ser guapo, rico y exitoso –aunque casi cualquiera presidente del gobierno de España–, se ven imposibilitadas de seguir alimentando esa insaciable gula del cerebro por conquistar nuevas metas, y como consecuencia de la frustración de sus irreales expectativas se les corroen las entrañas.
El hastío, la misma insoportable pero evolutiva huida de la cotidianeidad que termina por destrozar matrimonios y familias y que todos en mayor o menor medida padecemos. En regiones no nacionalistas de España este bien alimentado rencor xenófobo antiespañol –sentimientos y emociones enranciados– se canaliza contra los ricos, los empresarios, los excelentes, al más puro estilo Sánchez Gordillo, el Psché Guevara andaluz. O los de Bilbao contra los de San Sebastián, los de Pontevedra contra los de Vigo, los de Gijón contra los de Oviedo, Cercedilla contra Los Molinos… Como si los que vivimos más o menos satisfechos a pesar de todos los pesares tuviéramos la culpa de que el sistema nervioso humano sea afortunadamente tan tendente a la insatisfacción. Los ricos también lloran, y algunos, como Cristina Onassis, se suicidan.
Pero aún hay más: Los Cerros de Úbeda
Si a esta intrínseca insatisfacción humana añadimos otra curiosa característica del cerebro humano íntimamente relacionada –como todo– con lo anterior, obtenemos el explosivo cóctel cuya onda expansiva lobotomiza funcionalmente el encéfalo de millones de españoles, sean de la región, provincia o población que sea. Me refiero a esa tendencia de la mente a irse por los cerros de Úbeda la mayor parte del tiempo y que da lugar a una maravillosa creatividad en algunos, aquellos que tienen algún objetivo científico, artístico o empresarial… y al descarrío absoluto en otros. Este ingrediente clave consiste en que la mente divaga casi todo el tiempo libre, y cuando se pierde, normalmente lo hace por los peores vericuetos. Esto, como es fácil de deducir, incrementa la insatisfacción que proporciona la monotonía vital en un círculo vicioso infinito, sin que uno sepa por qué se siente así de mal. Ya se encargarán los nacionalistas y nacionalsocialistas de explicarte la causa real de tus males, ¿verdad, Arturín Mas?. Debe ser que como no es catalán sino latín, no entienden el Ora et labora, hábil antídoto cristiano contra ese vicio.
Y más aún: ¿La Endivia?
¿Y qué acompaña como guarnición necesaria la bazofia nacionalista? El maridaje perfecto no es con la endivia, sino la envidia. La envidia es otra característica normal de los cerebros insatisfechos, de los frustrados, mediante la cual una persona se siente mal, inferior, cuando se compara con otros y pierde en la comparación. Su autoestima se duele porque deben creer que –contra toda evidencia– en Madrit atamos los perros con longaniza y a costa del sudor de su frente; o que los que vivimos satisfechos porque aceptamos la realidad llegamos de maravilla a fin de mes, no nos han embargado una casa ni nos han puesto nunca los cuernos y tenemos un Cayenne turbo en el garaje de nuestro chalé en La Finca. ¡No te jode!
La Navaja de Ockham
¿Ya lo han entendido? Es muy sencillo, tanto que seguro que Ockham me regalaría su famosérrima navaja como premio por haber sintetizado en cuatro ideas un problema tan simple pero que nadie parece entender.
El juego del terrorismo cognitivo que nutre la política nacionalista es así de simple: Tú estás insatisfecho no porque esa insatisfacción sea una característica adaptativa humana, sino porque España, los españoles, los ricos, los empresarios o cualquiera que destaque en el resto de España, están conspirando subrepticia o descaradamente para jorobarte la vida.
La perversidad llega al paroxismo cuando esos mismos raZPutines de la política se encargan de destrozar a conciencia la economía y con ella el bienestar de sus gobernados hasta llevarlos al límite de la supervivencia, entre otras razones porque se lo llevan crudo… a Suiza, ¿eh, molts honorables?. Modelo Chávez, el mejor para convertir al primer productor de petróleo del mundo en un erial.
Además, la buscada reducción del nivel educativo general impide acceder a la formación y la experiencia que posibilitan acceder a la riqueza por méritos propios. No sé si lo sabrán, pero el estudiante vasco medio no sabe lo que significa dos elevado al cubo y los gallegos de la época del bipartito lo llamaban dous o caldeiro. No se rían, que es verdad, el rollo del idioma es secundario, sólo es el pretexto perfecto para destruir el futuro de la gente y así condenarles a la pobreza a cambio de recibir el soma que se reparte de forma recurrente: nosaltres somos los mejores. Así la envidia, el rencor hacia el otro, a quien delirantemente culpan de todos sus males, llega al extremo del suicidio colectivo o la confrontación armada: la búsqueda de la independencia.
El problema para los atrapados por la estrategia y para los mismos neuroterroristas es que, como suele decirse, los problemas los lleva uno en su propia mochila, y un cambio dé régimen, de nacionalidad, de bandera o de liga de fútbol, no elimina el malestar existencial de nadie permanentemente. Así Cataluña volvió a España voluntariamente, aunque no como hijo pródigo visto lo visto, después de su aventura francesa, donde se dejaron el Rosellón y algún territorio más, aunque ahora el primo de zumosol no es gabacholandia sino la UE. Mientras tanto, como ya no tendrían a España para echarle las culpas, ¿adivinan a qué grupo humano terminarían, si pudieran, recluyendo en campos de concentración y gaseando al estilo de sus correligionarios nacionalsocialistas alemanes? Pues sí, efectivamente, probablemente a usted y a sus hijos si no llevan apellidos catalanes o vascos y tienen la desgracia de no poner tierra de por medio a tiempo. Porque ustedes seguirían siendo los culpables de su insatisfacción. Ésa maldición que paradójica y afortunadamente no se agota nunca.
Esquema del proceso de nacionalización de la mente humana (actualizado)
nacionalismo
-Relacionados:
– El fin de la era de la tiranía bolchevique
– La regla del 20%. Restaurar el sano equilibrio político en España
Actualización 23-08-2014: Varios nazis catalanes comentaron que exageraba cuando advertía de las consecuencias de una hipotética independencia. Pues bien, menos de dos años después ya están empezando a ensayar fusilamientos de disidentes. Lea la noticia aquí.
Por si no fuera suficiente, aquí hay más datos acerca de cómo manipular a las personas para convertirlas en nacionalistas. Añadido a posteriori.
Los 11 principios de Goebbels aplicados por los independentistas
Principio de simplificación y del enemigo único.
Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.
Principio del método de contagio.
Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
Principio de la transposición.
Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan.
Principio de la exageración y desfiguración.
Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
Principio de la vulgarización.
Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.
Principio de orquestación.
La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: «Si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad».
Principio de renovación.
Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
Principio de la verosimilitud.
Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sonda o de informaciones fragmentarias.
Principio de la silenciación.
Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
Principio de la transfusión.
Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
Principio de la unanimidad.
Llegar a convencer a mucha gente de que piensa «como todo el mundo», creando una falsa impresión de unanimidad.